martes, 7 de agosto de 2012

Conversaciones robadas



Hablemos del tiempo, de ese calorcillo dorado que recorre tu cuerpo mientras tomas el sol al lado de la piscina, y de esa brisa de viento que se arremolina entre tus cabellos cuando caminas por Madrid, o de esas tormentas de verano, inesperadas, que se cuelan en una tarde soleada removiendo las hojas de los árboles y llenando el cielo de luz y color.

Hablemos de astronomía, y de esa luna blanca y enorme que nos observa desde el cielo, de las mil constelaciones que lo adornan recordándonos que, por muy alejados que estemos de nuestro camino, seguimos lo suficientemente cerca para verlas. Y los deseos pedidos mil veces en esas lluvias de estrellas que dándose por perdidos nos sorprendieron un día como de milagro.

Y de la magia y el tarot, del esoterismo, y de ese sino implacable que mil veces nos arrastró; recordemos las cartas y jugadas, el arcano mayor y menor y ese destino jamás forjado y la oportunidad de cambio que hasta el arcano número trece, la carta de La Muerte, nos proporciona.

Recordemos esas implacables negativas y rotundas respuestas que, con astucia y tesón cambiamos favorablemente, recordemos los imposibles que forman parte de nuestra vida y que antes siquiera imaginábamos.

Y esos amores que nos embelesaron y olvidamos, o los que aún nos siguen atormentando, recordemos cada paso y caída y aprendamos para construir con buenos cimientos los que está llegando o aún no hemos visto.

Y de olvidarte de destinos, que correr sea el camino y la compañía la única razón para quedar. Hablemos de esos planes espontáneos y planeados, de coger el coche sin destino o pedalear diez kilómetros más cuando solo buscabas dar un pequeño paseo en bici. Recordemos que esos planes son solo excusas para ver a quien queremos, excusas para pasarlo bien, y que aunque apuntemos al norte, no existe camino, solo mar.

Y antes de despedirnos hablemos de la soledad, de las pequeñas pesadillas a las que nos enfrentamos con o sin nuestros peluches protectores, de las camas vacías y las noches en vela, y de como en una noche cualquiera, por primera vez, hubo alguien que compartiera contigo un abrazo o caricia tranquilizadora, o su peluche para protegerte, y como esa vida que empiezas a reparar con cinta americana y pegamento, se vuelve mil veces más fuerte por la gente con quien la reconstruyes.

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