lunes, 12 de noviembre de 2012

Bienvenida





No soy un hombre violento, en absoluto, creo firmemente en que los problemas se resuelven hablando... pero cuando descubres por el retrovisor a un sujeto acercándose sigilosamente por tu espalda, tampoco quedan muchas más opciones.

Seguramente pensó que era un buen botín: Un chico joven y solo, con el coche lleno de maletas en un aparcamiento oscuro, presa fácil y botín jugoso; la ausencia de guardias y cámaras de seguridad sólo facilitaban la situación. La verdad es que me había pillado en el peor momento, fuera del coche y con las llaves en la mano; tenía la huída limpia con solo dejarme inconsciente. Por suerte o por costumbre lo había pillado al mirar el espejo del coche, con lo que guardé las llaves en el bolsillo y preparé mi defensa.

Cuando lo tuve a medio metro giré a la izquierda en busca de su brazo derecho y lo agarré por la muñeca.T tenía una navaja de barbero brillante y afilada sujeta con fuerza pero sin técnica; tenía que conseguir que la soltara. Gancho derecho a su oreja en el mismo movimiento para aturdir y, cuando relajó los músculos por el golpe, rodillazo el codo para que soltara la navaja; eso dejaría secuelas sin romperle nada.

"¡Mierda!" Una segunda voz. No podía arriesgarme a que este nuevo atacante se hiciera con la navaja. Codazo en la mandíbula al que tenía sujeto y empujón con ambas manos para alejarlo y coger el arma. No era demasiado conveniente mancharme las manos de sangre por lo que, aprovechando el tiempo que quedaba, cerré la navaja y la sujeté con la mano derecha para darle contundencia a mis golpes.

Mis atacantes eran dos drogatas veinteañeros con un buen plan: mientras uno me inmovilizaba el otro podría quitarme las llaves y llevarse el coche. Con la ventaja perdida deberían haberse retirado, pero la mirada de cabreo que se reflejaba en los ojos del segundo atacante demostraban que todavía no habíamos acabado.

Ellos tenían el número, yo el arma y la sobriedad; ellos eran solo un par de drogadictos cabezotas en busca de dinero fácil para una nueva dosis. Dos contra uno y no valía huir, no cuando toda mi vida se encontraba embutida en ese coche; tampoco podía pedir ayuda puesto que los tenía delante, uno listo para atacar y el otro levantándose.

Tres, dos, uno: Cerré con fuerza la puerta de mi coche adelantándome hacia el segundo atacante, lo agarré del cuello y, aprovechando su sorpresa y mi velocidad, lo golpeé contra el coche que tenía delante reventando la ventana. Probablemente tendría que pagar el arreglo luego, pero de momento me parecía un buen trato. Gritó con fuerza pero no se desmayó; el cabrón era resistente. Me dio tiempo a asestarle un golpe en la mandíbula antes de sentir al otro por mi espalda. Me giré y preparé para la embestida y, aunque no me hizo daño, consiguió derribarme haciendo que perdiera el equilibrio. Caí de frente contra el pavimento.

Aunque no solté la navaja el golpe me dolió; no quería quedarme de espaldas, por lo que rodé arañándome el brazo derecho al golpear el suelo. Bueno, una camisa arruinada y una herida que duraría un par de días, el marcador aún estaba a mi favor.

El corte en el brazo era superficial, pero escocía como los mil demonios. Conseguí acuclillarme y hacerme un ovillo antes de la primera patada. Sin poder levantarme y teniéndolo tan cerca estaba en desventaja, más aún con el otro individuo levantándose hacia mí.

Los golpes dolían, pero al menos no dejarían más que moretones; tampoco tenía que esperar demasiado, solo hasta que llegara el segundo atacante. "Tres, dos, uno" En cuanto estuvieron cerca los dos puse todo el peso de mi cuerpo en la punta de los pies y me impulsé lo más fuerte que pude buscando la barbilla del primero con mi cabeza; antes de que golpeara el suelo ya había lanzado al segundo un gancho rápido de izquierda en plena mandíbula y, sujetándolo con la misma mano antes de que se alejara, lancé un gancho de derecha con fuerza suficiente para tumbarlo.

La pelea estaba ganada, eso lo teníamos claro los tres, pero por si cabía alguna duda un poco de intimidación no haría daño. Me acerqué al que parecía más espabilado y, con la navaja abierta y reluciente, lo tomé por el cuello de la camiseta poniéndolo de pie a apenas unos centímetros de mí. Apestaba.

No hicieron falta palabras, un par de segundos mirándolo a los ojos con la cuchilla a la altura de su entrepierna dieron una mejor advertencia que cualquier cosa que pudiese haber dicho. Tras un empujón corrió hacia su compañero y se alejaron echando la vista atrás de vez en cuando para ver si los seguía observando.

Me dolía todo, pero dentro de lo malo había salido bien parado. Escribí una nota de disculpa en el reverso de mi tarjeta de visita y la dejé enganchada en el volante. Este no era un buen lugar para dejar el mío así que encendí el coche y conduje fuera del aparcamiento. Tras cinco minutos dando vueltas me dirigí al norte hasta las dos torres. Tendría que cambiar mis planes de esta noche.

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