No soy un hombre violento, en
absoluto, creo firmemente en que los problemas se resuelven hablando... pero
cuando descubres por el retrovisor a un sujeto acercándose sigilosamente por tu
espalda, tampoco quedan muchas más opciones.
Seguramente pensó que era un
buen botín: Un chico joven y solo, con el coche lleno de maletas en un
aparcamiento oscuro, presa fácil y botín jugoso; la ausencia de guardias y cámaras
de seguridad sólo facilitaban la situación. La verdad es que me había pillado
en el peor momento, fuera del coche y con las llaves en la mano; tenía la huída
limpia con solo dejarme inconsciente. Por suerte o por
costumbre lo había pillado al mirar el espejo del coche, con lo que guardé las llaves en
el bolsillo y preparé mi defensa.
Cuando lo tuve a medio metro
giré a la izquierda en busca de su brazo derecho y lo agarré por la muñeca.T tenía una navaja de barbero brillante y afilada sujeta con
fuerza pero sin técnica; tenía que conseguir que la soltara. Gancho derecho a
su oreja en el mismo movimiento para aturdir y, cuando relajó los músculos por
el golpe, rodillazo el codo para que soltara la navaja; eso dejaría secuelas
sin romperle nada.
"¡Mierda!" Una
segunda voz. No podía arriesgarme a que este nuevo atacante se hiciera con la
navaja. Codazo en la mandíbula al
que tenía sujeto y empujón con ambas manos para alejarlo y coger el arma. No era demasiado
conveniente mancharme las manos de sangre por lo que, aprovechando el tiempo
que quedaba, cerré la navaja y la sujeté con la mano derecha para darle
contundencia a mis golpes.
Mis
atacantes eran dos drogatas veinteañeros con un buen plan: mientras uno me
inmovilizaba el otro podría quitarme las llaves y llevarse el
coche. Con la ventaja perdida deberían haberse retirado, pero la mirada de
cabreo que se reflejaba en los ojos del segundo atacante demostraban que todavía
no habíamos acabado.
Ellos tenían el número,
yo el arma y la sobriedad; ellos eran solo un par de drogadictos cabezotas en
busca de dinero fácil para una nueva dosis. Dos contra uno y no valía huir, no
cuando toda mi vida se encontraba embutida en ese coche; tampoco podía pedir
ayuda puesto que los tenía delante, uno listo para atacar y el otro levantándose.
Tres, dos, uno: Cerré con
fuerza la puerta de mi coche adelantándome hacia el segundo atacante, lo agarré
del cuello y, aprovechando su sorpresa y mi velocidad, lo golpeé contra el
coche que tenía delante reventando la ventana. Probablemente tendría que pagar el arreglo luego, pero
de momento me parecía un buen trato. Gritó con fuerza pero no se desmayó; el
cabrón era resistente. Me dio tiempo a asestarle un golpe en la mandíbula antes
de sentir al otro por mi espalda. Me giré y preparé para la embestida y, aunque
no me hizo daño, consiguió derribarme haciendo que perdiera el equilibrio. Caí
de frente contra el pavimento.
Aunque no solté la navaja el
golpe me dolió; no quería quedarme de espaldas, por lo que rodé arañándome el
brazo derecho al golpear el suelo. Bueno, una camisa arruinada y una herida que
duraría un par de días, el marcador aún estaba a mi favor.
El corte en el brazo era
superficial, pero escocía como los mil demonios. Conseguí acuclillarme y
hacerme un ovillo antes de la primera patada. Sin poder levantarme y teniéndolo
tan cerca estaba en desventaja, más aún con el otro individuo levantándose
hacia mí.
Los golpes dolían, pero al
menos no dejarían más que moretones; tampoco tenía que esperar demasiado, solo
hasta que llegara el segundo atacante. "Tres, dos, uno" En cuanto
estuvieron cerca los dos puse todo el peso de mi cuerpo en la punta de los pies
y me impulsé lo más fuerte que pude buscando la barbilla del primero con mi
cabeza; antes de que golpeara el suelo ya había lanzado al segundo un gancho rápido
de izquierda en plena mandíbula y, sujetándolo con la misma mano antes de que
se alejara, lancé un gancho de derecha con fuerza suficiente para tumbarlo.
La pelea estaba ganada, eso
lo teníamos claro los tres, pero por si cabía alguna duda un poco de intimidación
no haría daño. Me acerqué al que parecía más espabilado y, con la navaja
abierta y reluciente, lo tomé por el cuello de la camiseta poniéndolo de pie a apenas unos centímetros de mí. Apestaba.
No hicieron falta palabras,
un par de segundos mirándolo a los ojos con la cuchilla a la altura de su
entrepierna dieron una mejor advertencia que cualquier cosa que pudiese haber
dicho. Tras un empujón corrió hacia su compañero y se alejaron echando la vista
atrás de vez en cuando para ver si los seguía observando.
Me dolía todo, pero dentro de
lo malo había salido bien parado. Escribí una nota de disculpa en el reverso de
mi tarjeta de visita y la dejé enganchada en el volante. Este no era un buen lugar
para dejar el mío así que encendí el coche y conduje fuera del aparcamiento.
Tras cinco minutos dando vueltas me dirigí al norte hasta las dos torres. Tendría
que cambiar mis planes de esta noche.
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