domingo, 9 de diciembre de 2012

Y que nos quede hoy...


He dormido dos horas largas llenas de sueños revueltos y una cama tan vacía que me he despertado pensando en ti. No puedo dormir, no con esa sonrisa tonta que me asoma a los labios ni con los latidos acelerados al pensar en el calor de tus abrazos y ese dulce aroma al perderme entre tus cabellos.

Nos falta tiempo, sí, y es que vivimos de minutos robados, viviendo un deseo y sueño que debería haber empezado mucho antes, o quizá algo que la vida nos deparaba para después… Pero mañana no se sabe y hoy es  hoy; hoy te tengo aquí, hoy solo nos separa el raciocinio y el miedo de lo que sintamos después, pero hoy…

Y anoche volví con un poema en los labios, uno que tantas veces he escuchado y que nos describe a la perfección: 

"Te quiero,
así de pronto,
así de tonto…
pero te quiero.

Te quiero,
así de claro,
así de raro…
pero te quiero.

Te quiero,
así de burdo,
así de absurdo…
pero te quiero

Pero esta noche la tristeza obliga,
más que la amante,
quiero a la amiga.
Más que tu pan,
quiero tu miga."

Claro que yo cambiaría "tristeza" por "tiempo", ya que lo único que nos falta es tiempo… Pero también es lo único que nos sobra…

Y es que aunque los "te quiero" del poema puedan parecer demasiado serios para el poco tiempo que nos hemos visto… ¿No es acaso la palabra que mejor describe lo que sentimos?

Sí, es cierto, somos dos desconocidos de la mano, dos desconocidos que comparten sonrisas y sueños, dos desconocidos que… que besarían al otro porque en el poco tiempo que hemos convivido, por lo poco que sabemos el uno del otro, nos queremos, aunque sea en ese desconocimiento y por esa fe loca de pensar "sí, él es lo que busco; ella es lo que sueño".

Y es que, ya que vivimos de tiempo robado, ya que tenemos apenas tiempo… ¿Por qué no aprovecharlo? Y es que me arden los labios cada vez que pienso en ti, y siento las manos frías si tus dedos no acarician los míos. Sé que suena egoísta, pero es del poco egoísmo que me permito habitualmente y el que, en el fondo, tú también quieres que busque… Porque esos besos de despedida fueron demasiado cerca de mis labios, porque tú también querías que nuestras manos siguieran buscándose hasta en el último segundo, porque en el fondo quieres que este loco aventurero, completamente enamorado de las pocas facetas que conoce de tu persona, te busque y persiga ese sueño loco y complicado. Y yo quiero ser ese Don Quixote, aunque me estrelle contra los molinos, que sale en busca de lo que cree, en busca sus sueños...

Y es que eres eso, mi sueño y deseo, pero uno del que no he despertado y uno que no me deja dormir por la fuerza y energía que me da, por las ganas de seguir buscándolo y saboreando cada instante. Y es que tanto racional como irracionalmente es algo que ambos queremos que pase, porque no somos solo amigos, el no besarnos no cambiará jamás eso.

¿Y el riesgo? Para mi el riesgo es no besarte, que se nos agote el tiempo dándole vueltas a todo esto sin decidirnos, solo por el miedo a sentir… Pero al fin y al cabo la vida son eso, sueños, sensaciones y deseos, y ahora mismo lo que quiero es sentirte, porque ya te sueño y deseo. Así que vivamos, arriesguémonos a sentir y ser felices… y es que ya dijo Neruda que la vida es ese riesgo dulce y aterrador que tomamos cada vez que perseguimos nuestros sueños:

"muere lentamente quien no se arriesga, quien abandona antes de empezar, quien se queja de su mala suerte, quien no viaja, ni lee, quien no sueña ni persigue sus sueños, quien no confía, quien no lo intenta..."

lunes, 12 de noviembre de 2012

Bienvenida





No soy un hombre violento, en absoluto, creo firmemente en que los problemas se resuelven hablando... pero cuando descubres por el retrovisor a un sujeto acercándose sigilosamente por tu espalda, tampoco quedan muchas más opciones.

Seguramente pensó que era un buen botín: Un chico joven y solo, con el coche lleno de maletas en un aparcamiento oscuro, presa fácil y botín jugoso; la ausencia de guardias y cámaras de seguridad sólo facilitaban la situación. La verdad es que me había pillado en el peor momento, fuera del coche y con las llaves en la mano; tenía la huída limpia con solo dejarme inconsciente. Por suerte o por costumbre lo había pillado al mirar el espejo del coche, con lo que guardé las llaves en el bolsillo y preparé mi defensa.

Cuando lo tuve a medio metro giré a la izquierda en busca de su brazo derecho y lo agarré por la muñeca.T tenía una navaja de barbero brillante y afilada sujeta con fuerza pero sin técnica; tenía que conseguir que la soltara. Gancho derecho a su oreja en el mismo movimiento para aturdir y, cuando relajó los músculos por el golpe, rodillazo el codo para que soltara la navaja; eso dejaría secuelas sin romperle nada.

"¡Mierda!" Una segunda voz. No podía arriesgarme a que este nuevo atacante se hiciera con la navaja. Codazo en la mandíbula al que tenía sujeto y empujón con ambas manos para alejarlo y coger el arma. No era demasiado conveniente mancharme las manos de sangre por lo que, aprovechando el tiempo que quedaba, cerré la navaja y la sujeté con la mano derecha para darle contundencia a mis golpes.

Mis atacantes eran dos drogatas veinteañeros con un buen plan: mientras uno me inmovilizaba el otro podría quitarme las llaves y llevarse el coche. Con la ventaja perdida deberían haberse retirado, pero la mirada de cabreo que se reflejaba en los ojos del segundo atacante demostraban que todavía no habíamos acabado.

Ellos tenían el número, yo el arma y la sobriedad; ellos eran solo un par de drogadictos cabezotas en busca de dinero fácil para una nueva dosis. Dos contra uno y no valía huir, no cuando toda mi vida se encontraba embutida en ese coche; tampoco podía pedir ayuda puesto que los tenía delante, uno listo para atacar y el otro levantándose.

Tres, dos, uno: Cerré con fuerza la puerta de mi coche adelantándome hacia el segundo atacante, lo agarré del cuello y, aprovechando su sorpresa y mi velocidad, lo golpeé contra el coche que tenía delante reventando la ventana. Probablemente tendría que pagar el arreglo luego, pero de momento me parecía un buen trato. Gritó con fuerza pero no se desmayó; el cabrón era resistente. Me dio tiempo a asestarle un golpe en la mandíbula antes de sentir al otro por mi espalda. Me giré y preparé para la embestida y, aunque no me hizo daño, consiguió derribarme haciendo que perdiera el equilibrio. Caí de frente contra el pavimento.

Aunque no solté la navaja el golpe me dolió; no quería quedarme de espaldas, por lo que rodé arañándome el brazo derecho al golpear el suelo. Bueno, una camisa arruinada y una herida que duraría un par de días, el marcador aún estaba a mi favor.

El corte en el brazo era superficial, pero escocía como los mil demonios. Conseguí acuclillarme y hacerme un ovillo antes de la primera patada. Sin poder levantarme y teniéndolo tan cerca estaba en desventaja, más aún con el otro individuo levantándose hacia mí.

Los golpes dolían, pero al menos no dejarían más que moretones; tampoco tenía que esperar demasiado, solo hasta que llegara el segundo atacante. "Tres, dos, uno" En cuanto estuvieron cerca los dos puse todo el peso de mi cuerpo en la punta de los pies y me impulsé lo más fuerte que pude buscando la barbilla del primero con mi cabeza; antes de que golpeara el suelo ya había lanzado al segundo un gancho rápido de izquierda en plena mandíbula y, sujetándolo con la misma mano antes de que se alejara, lancé un gancho de derecha con fuerza suficiente para tumbarlo.

La pelea estaba ganada, eso lo teníamos claro los tres, pero por si cabía alguna duda un poco de intimidación no haría daño. Me acerqué al que parecía más espabilado y, con la navaja abierta y reluciente, lo tomé por el cuello de la camiseta poniéndolo de pie a apenas unos centímetros de mí. Apestaba.

No hicieron falta palabras, un par de segundos mirándolo a los ojos con la cuchilla a la altura de su entrepierna dieron una mejor advertencia que cualquier cosa que pudiese haber dicho. Tras un empujón corrió hacia su compañero y se alejaron echando la vista atrás de vez en cuando para ver si los seguía observando.

Me dolía todo, pero dentro de lo malo había salido bien parado. Escribí una nota de disculpa en el reverso de mi tarjeta de visita y la dejé enganchada en el volante. Este no era un buen lugar para dejar el mío así que encendí el coche y conduje fuera del aparcamiento. Tras cinco minutos dando vueltas me dirigí al norte hasta las dos torres. Tendría que cambiar mis planes de esta noche.

martes, 7 de agosto de 2012

Conversaciones robadas



Hablemos del tiempo, de ese calorcillo dorado que recorre tu cuerpo mientras tomas el sol al lado de la piscina, y de esa brisa de viento que se arremolina entre tus cabellos cuando caminas por Madrid, o de esas tormentas de verano, inesperadas, que se cuelan en una tarde soleada removiendo las hojas de los árboles y llenando el cielo de luz y color.

Hablemos de astronomía, y de esa luna blanca y enorme que nos observa desde el cielo, de las mil constelaciones que lo adornan recordándonos que, por muy alejados que estemos de nuestro camino, seguimos lo suficientemente cerca para verlas. Y los deseos pedidos mil veces en esas lluvias de estrellas que dándose por perdidos nos sorprendieron un día como de milagro.

Y de la magia y el tarot, del esoterismo, y de ese sino implacable que mil veces nos arrastró; recordemos las cartas y jugadas, el arcano mayor y menor y ese destino jamás forjado y la oportunidad de cambio que hasta el arcano número trece, la carta de La Muerte, nos proporciona.

Recordemos esas implacables negativas y rotundas respuestas que, con astucia y tesón cambiamos favorablemente, recordemos los imposibles que forman parte de nuestra vida y que antes siquiera imaginábamos.

Y esos amores que nos embelesaron y olvidamos, o los que aún nos siguen atormentando, recordemos cada paso y caída y aprendamos para construir con buenos cimientos los que está llegando o aún no hemos visto.

Y de olvidarte de destinos, que correr sea el camino y la compañía la única razón para quedar. Hablemos de esos planes espontáneos y planeados, de coger el coche sin destino o pedalear diez kilómetros más cuando solo buscabas dar un pequeño paseo en bici. Recordemos que esos planes son solo excusas para ver a quien queremos, excusas para pasarlo bien, y que aunque apuntemos al norte, no existe camino, solo mar.

Y antes de despedirnos hablemos de la soledad, de las pequeñas pesadillas a las que nos enfrentamos con o sin nuestros peluches protectores, de las camas vacías y las noches en vela, y de como en una noche cualquiera, por primera vez, hubo alguien que compartiera contigo un abrazo o caricia tranquilizadora, o su peluche para protegerte, y como esa vida que empiezas a reparar con cinta americana y pegamento, se vuelve mil veces más fuerte por la gente con quien la reconstruyes.

lunes, 6 de agosto de 2012

Finally a real Reboot!

Llevo tiempo queriendo escribir, teniendo claro qué quiero escribir y como, pero me fallan las palabras, los símiles y metáforas e incluso esas pequeñas rimas locas que surgen entre mis normalmente versos libres... ¿Me falta algo?

Tiempo, me hace falta tiempo. Llevo tres años y pico realmente jorobado, completamente perdido sin una brújula que me guíe e intentando despegar mil veces sin ponerle gasolina al avión. Y sin embargo, como suele pasar, todas las piezas encajaron a lo largo de medio mes que curiosamente coincidió con el lunar. Me fijé por casualidad, coincidencia realmente; miré la luna en un pequeño momento de reflexión mientras caminaba por un paraje oscuro y desierto, luego consulté el móvil para ver el ciclo lunar y sí, esa luna que en aquel momento se encontraba en cuarto creciente, había empezado su ciclo eterno en los mismos días que mi cabeza empezaba a encajar todas las pequeñas piezas desperdigadas de mi vida.

Y el cambio ha sido enorme, aunque no se note a simple vista, no necesito máscaras para sonreír, y me sobra energía para los mil planes que cabeceo. Corro, monto en bicicleta, y aunque mi cuerpo más o menos me sigue el ritmo, son mis músculos los que se cansan antes. Es verdad que intento no forzar, pero el decir "cien metros más" corriendo o "un kilómetro más" en bici me es tan fácil...

Y es que no soy capaz de estar más de una hora quieto... salvo cuando me tiro en la cama agotado y me duermo tres horas o más para, al levantarme, darme cuenta lo cansado que estaba mi cuerpo, que tras ese pequeño reposo me pide más emoción, más endorfinas, más ejercicio y aventuras.

Y ya apenas cocino o como, no tengo tiempo para eso, ni ganas; veo series mientras corro o no las veo y aunque no gasto más de dos horas diarias en correr, mi día se organiza en torno al momento en el que pueda ponerme el chandal y las deportivas y montarme en la cinta a batir el record del día anterior.

Y he redescubierto el placer de la bicicleta, aunque tengo clarísimo que la mía necesita una revisión completa porque cada vez que fuerzo en una cuesta rápida salta la cadena. El otro día la cogí porque me apetecía dar una vuelta larga; tenía clarísimo que iba a llegar a colmenar viejo y volver... hasta que llegué y vi golosamente la cuesta que me llevaba a la carretera. "A ver si llego hasta el centro comercial al sur de Colmenar", pero la salida me supo a poco. "Uff, un pequeño esfuerzo más y llego a Tres Cantos", y tras pasar esa barrera y verme en la estación del "Goloso" paré y pensé un momento mientras vaciaba la botella de agua. "Hay alguien a quien quiero ver, a quien necesito ver y hablar... y ya llevo más de la mitad del camino".

El problema vino cuando, tras tres horas de bicicleta, casi tocando las cuatro torres que presentan Madrid al norte, el carril bici me desvió al oeste hasta llegar a Fuecarral-El pardo. Miedo y horror cuando supe que, si seguía ese camino, acabaría en la casa de campo evitando el Paseo de la Castellana, mi principal objetivo. Me lancé a la aventura.

No tengo muy claro cuánto tiempo estuve perdido, pero me costó un rato largo llegar a la carretera dichosa que me llevaría hasta las cuatro torres, lo que sí sé es que, tras cuatro horas y cuarto, más o menos, llegué a Nuevos ministerios, con las piernas ardiendo y una sonrisa en la cara.

Y quiero repetirlo, la verdad, probablemente el jueves lo vuelva a intentar saliendo por la mañana... aunque esta vez intentaré mirar primero los mapas para no repetir lo del otro día. Lo que sé es que para ese viajecillo necesitaré mínimo otros tres litros de agua y que debería intentar no hacer el viaje si ese mismo medio día ya me he desgastado corriendo diez kilómetros y sin comer.

jueves, 19 de julio de 2012

Necesito...


Mirarte a la cara y decirte que eres lo más hermoso que he visto nunca.

Perderme más a menudo en tu mirada disfrutando de cada gesto de tu sonrisa.

Recuperar el tiempo perdido.

No comerme la cabeza con quizás y aprender que, muchas veces, no hay nada como soñar despierto.

Y vivir esos sueños, que no se queden en la cama.

Ser sincero sabiendo que hace tiempo que no estoy solo y que debo empezar a pensar en "nosotros" y ya no en "tú" y "yo".

Dejar de idealizar el mundo y trabajar en él, cambiarlo, aprendiendo de él sin que me cambie.

Buscar tus abrazos y cada roce perdido; tus sueños y silencios y esas horas en las que basta con la compañía y en la que sigues creciendo, estudiando y aprendiendo, moviéndote en el mundo por tu cuenta sin olvidar que estamos para cuidarnos las espaldas.

Y aceptar el pasado, saber que no se puede cambiar lo vivido y abrir caminos nuevos con nuevas experiencias; respirar. Y todo esto sin olvidar que aunque el pasado ya ha sido, la gente no deja de crecer, no deja de cambiar, y salvar esos "te quiero" no dichos y compartidos.

Y dejar de llenar mis maletas de "por si acasos", y encontrar hueco para nuevas experiencias y personas, para lo que realmente valoras, para lo que de verdad voy a necesitar. Y es que vale más una mochila ligera con la que caminar deprisa que una maleta que te ate, perdiendo oportunidades.

Dejar de perder el tiempo con nimiedades y empezar a costruir mi vida, olvidarme de laberintos y noches sin luna y utilizar mi propio fuego para decidir el camino.

Disfrutar ese camino y no solo la meta, y que mi propia curiosidad me lleve a encontrar la belleza en el mundo.

Y no atarme a mis propios dogmatismos por muy razonados que sean; y es que la vida cambia tanto que lo que antes era negro ahora es gris.

Necesito...

Necesito dejarme de pajas mentales y buscarte, luchar por cada roce y caricia, por que haya más que un roce de nuestros labios y cuatro palabras bonitas, porque la próxima vez que nos encontramos y me tapes los ojos preguntándome por tu nombre, sepa callar y besarte, olvidarme de formalismos y lanzarme jugando todas las cartas en ese sueño. Necesito luchar por ti, Mujer de Ojos Negros, y poder decir, incluso en el peor de los casos, que di todo de mí y supe enfrentarme al miedo y caos que son mis emociones, que no quedó en mí.

sábado, 30 de junio de 2012

Layla



Me encantan los perros, me parecen los animales más dulces y fieles con los que uno pueda compartir hogar, y es que así como tú los invitas a ser parte de la familia, ellos, a diferencia de los gatos, canarios o cualquier otro típico animal de compañía, toman a la familia como manada, como grupo, como identidad propia. Es por esto que cuando llegas a casa, sea con una sonrisa o la cara larga, ellos te reciben con alegría en la voz y lamiscones varios agradeciendo solo tu presencia, e independientemente de como hallas llegado, tras ese cálido recibimiento, no puedes si no sonreír.

Parte de quien soy yo se debe a las grandes compañías caninas con las que he pasado en mi vida, y es que de mis veintidós años solo he estado cuatro sin mascotas. Y como dice Jorge, se nota quien ha tenido perro, se nota en el concepto de familia, de grupo y de manada, en como tu naturaleza te lleva a cuidar de tu grupo solo por el placer de sus sonrisas y de la capacidad de sonreír siempre pese a los malos tragos. De pequeño me hacía mucha gracia la historia del hombre que colgaba sus problemas en el árbol que tenía a la entrada de casa, y es que con estos pequeños, es lo que tiendes a hacer, a tomarte un respiro de tus problemas o soledad, llegar a casa y que tu preocupación más grande sea encontrar las llaves rápido para que ellos no lleguen a llorar de emoción mientras esperan verte.

Y no es solo eso, es el calor y compañía que dan, y lo digo hoy a las diez de la mañana con una bolita peluda a mi costado que ha levantado las mantas para acurrucarse piel con piel mientras leo y escribo en el ordenador. Y sé que es completamente aleatorio este post, pero también lo fue el de anoche a la una de la mañana, y es que en el fondo necesitaba respirar, y creo que lo estoy haciendo.

viernes, 29 de junio de 2012

Ruta 609


Hoy os escribo desde en medio de la nada, con la luna en cuarto creciente y en una carretera a oscuras con sólo las luces de la noche como compañía. Es verano pero esta fresco, un viento frío de la sierra sopla silencioso y solo el rápido zumbido de los coches rompe el canto de mil grillos y cigarras. Hay un mujido o dos como contrapunto de la melodía, un sonido cálido que me acompaña a cada paso mientras escribo.

La verdad es que hace siglos que no actualizaba el blog; algo que me permito solo por lo privado de los lectores que aunque me conozcan o me tengan como el loco de las letras, me siguen quedos y callados sin pedir más escritos de los que surgen espontáneamente. Ya me pondré este verano manos a la obra a recuperar el tiempo perdido, y no sólo con el blog, también con lo que he perdido desde que mi reloj dejó de marchar hace más de dos años.

¿Y qué hago escribiendo en medio de una carretera y a oscuras? Buena pregunta, un ligero paseo en soledad que necesitaba. ¿Día malo? En absoluto, de ser así habría corrido a descansar entre las sábanas presto a enfrentarme a las horas de estudio que me esperan mañana. Realmente necesitaba respirar, y es que las sonrisas compartidas te dejan sin aire cuando no tienes más que risas preparadas de antemano. Cuando vives respirando el bullicio de la gente, la intimidad refresca, pero sí, pero el oxígeno puro agota mientras cura. Y es que las horas y causalidad también dieron de su parte. Entre esperar hasta la llegada de lo conocido o aventurarme a una parada desierta he sucumbido ante las delicias de la novedad, del riesgo y emoción de buscarme la vida, y de no saber como y disfrutando el recorrido, de soltarme de la rutina y explorar.

Y aquí estoy, tras dos kilómetros a oscuras, guiándome por el tacto de los pies en la calzada mientras escribo, viendo fantasmas en cada esquina sonar... Pero es que me hacía falta ver el camino desierto, el frío en la piel y el viento removiendo mi cabello; necesitaba alejarme del mundo con un objetivo propuesto y un camino conocido y redescubierto para volver a empezar.

¿Eso lo he tenido siempre? Quizá, pero hoy mi alma lo pedía a gritos, y yo necesitaba soñar.

martes, 21 de febrero de 2012

Bouvier




Albacete... si me hubiesen propuesto ir a Albacete hace veinticuatro horas, seguramente habría dicho que allí no se me había perdido nada, y sin embargo hoy me encontraba en Atocha esperando a que llegase el tren. Tenía frío y sueño y aún llevaba algo de alcohol de la noche anterior. Quería cama, las persianas bajadas y arrebujarme entre las sábanas debajo de mi enorme edredón, pero no, mi hermano tenía que perder las llaves del coche y hacerme coger el primer tren hacia un pueblo en medio de la nada… bueno, no era un pueblo, pero entre el cabreo y el sueño, una ciudad tan pequeña era para mí un pueblo… ¿o era realmente un pueblo? En fin.

El tren llegó a tiempo haciendo chirriar los raíles al frenar, en el fondo me hacía gracia coger un tren así a lo loco y en secreto, era como una pequeña aventura ligeramente surrealista, además de que en el fondo los trenes tenían su encanto. Quitando el metro y algún que otro cercanías, solo había viajado en tren para visitar a mi tía, pero es la primera vez que viajaba completamente solo.

Hay una gran diferencia entre viajar en tren o en avión, acostumbrado a las horas de espera y todos los controles antes de poder subir, sentí que todo era demasiado fácil. Billete, DNI y a buscar vagón, nada de quitarse los zapatos o vaciar la mochila de líquidos u objetos punzantes. Caminé despacio buscando el vagón mientras la gente me adelantaba. Me gustaba esa sensación de espectador al ver como la gente, en su día a día, tomaba el tren como algo habitual, casi podía sentir el lápiz llamándome para dibujar ese momento, con cien personas diferentes caminando hacia su destino, el morro el tren a la izquierda y la estación como marco mirando todo el lateral del tren.

Sin darme cuenta me quedé parado, quieto intentando memorizar cada detalle del paisaje. Me llamó la atención cierta pelirroja, me encantó esa bufanda enorme tejida a mano, gris y con flecos, que llevaba enrollada sobre el abrigo dando mil vueltas hasta taparle la nariz. Me pareció monísima, con esos ojos verdes chispeantes y las pequillas salpicándole el puente de la nariz. La vi dos segundos, pero intenté quedarme con su abrigo negro, los vaqueros azul celeste, las botas negras y como le asomaban las mangas de una camiseta gris por debajo de las de la chaqueta. Era básico, muy básico, pero si conseguía recordar eso, podría describirla luego.

No creo en el destino, creo que somos libres de tomar nuestras decisiones y que el futuro aún está por determinar, pero la experiencia me ha enseñado demasiado como para creer que este mundo solo hay casualidades. Creo en las coincidencias, en que nuestra voluntad y fe afecta a nuestro día a día, que el mundo es una gran corriente de sueños y deseos y es nuestra voluntad la que decide si la seguimos o luchamos contra ella; por eso creo que encontrármela fue una coincidencia, ni puro azar ni un deseo divino, casualidad.

La vi de perfil, luchando con su maleta para ponerla en el portaequipajes. Era preciosa, tenía las mejillas ligeramente encendidas y el ceño fruncido mientras luchaba contra la gravedad y el tamaño de su maleta. Me encantó la sorpresa en sus ojos cuando, en dos movimientos, encajé la maleta en el portaequipajes. "Gracias", susurró, "De nada", le contesté. No suelo ser tímido, y normalmente habría buscado una frase ingeniosa como respuesta, pero el lápiz me llamaba demasiado, me quemaba buscando pintar esos ojos de esmeralda, y esa sonrisa juguetona de labios rosados.

A las nueve y veinticinco salió el tren, perfectamente puntual, despertándome del embrujo de ese fuego verde. Ella fue a su asiento, sacando el ipod y desenrollando los cascos con dedos ágiles. Tomé mi billete, me tocaba pasillo; busqué con mi mirada el número de asiento y la casualidad me devolvió a su lado. Otro cruce de sonrisas, mi mochila en el portaequipajes y el cuaderno de bocetos listo para ser estrenado. A pesar del traqueteo del tren podía distinguir la voz de Cobain sonando por sus cascos.

Intenté concentrarme en la estación, en las vigas vistas del techo y el juego de luces de la mañana. Una niño pequeño caminando a lo lejos, de espalda cogido de la mano de su madre, y un hombre con traje y portafolios. Y sin darme cuenta empecé a esbozarla, esos vaqueros de color azul celeste ceñidos a sus piernas largas y esbeltas. Me recreé en los mechones sueltos de su cabello que escapaban rebeldes de la bufanda, y en la textura de esta, cálida, acogedora… Y es que en el fondo quería dibujarla a ella, el lápiz me lo pedía a gritos; me giré para ver si me veía, si se daría cuenta, la pillé mirando el paisaje, con los cascos ocultos por el cabello.

Cambié de hoja y dibujé la ventana y el borde del asiento, una silueta en sombra recreaba su postura, recostada y con la cabeza apoyada contra el borde de la ventana; su mano izquierda sujetando el ipod, la derecha mesando su melena pelirroja. Me encantaron sus piernas, sensualmente cruzadas y marcando el ritmo de "Smell like a teen Spirit". Dibujé sus botas, la suela y el tacón castaños en contraste con el cuero negro, y los ojales dorados brillantes como único adorno. Tenía estilo, me encantaba la sensualidad del conjunto, toques rockeros sencillos y la dulzura propia aportaba la bufanda. Salté de folio y me centré en esa camiseta gris de mangas largas que se veía debajo de la chaqueta abierta. Además de los bordes ligeramente más oscuros, solo se veía el centro, una bandera de Inglaterra desteñida tapada ligeramente por la caída de la bufanda que, entre doblez y pliegue rodeando el cuello, le llegaba hasta medio muslo.

No sé cuánto tiempo la llevaba dibujando, habían sonado ya varias canciones y con cada cambio de melodía sentía que se agotaba el tiempo. Cerré el cuaderno, con miedo a que me pillara. No estaba dormida, pues aunque ahora estaba con los ojos cerrados, seguía marcando el ritmo con el pie derecho. Tenía algo especial esta chica, y no solo por la naturalidad de su sonrisa o esas curvas sensuales entre las que me perdía evitando que me pillara. Era paz, el sentimiento tranquilo en cada gesto y esa naturalidad propia de quien se encuentra solo, por eso era imposible no perderse en la alegría de sus sonrisas.

Retomé el lápiz y una nueva hoja en blanco, esta vez sacando el boceto de memoria. Cerré los ojos dos segundos recordando la fuerza de su mirada verde cuando salió el tren. La canción acompañaba, "Another Reason To Believe", de Bon Jovi.

La dibujé de frente, con una mirada profunda  y penetrante, recreándome en cada trazo de esos enormes ojos almendrados y gatunos; me encantaban sus pestañas enormes, de esas que no necesitan maquillaje para atraparte en su mirada, y un pequeño detalle en la pupila de su ojo derecho que no podría describir. Tenía que tener la piel muy suave, eso se notaba nada más verla, y esa piel clara junto con la curva de su barbilla le daban ese toque de niña buena que le endulzaba el rostro. Sus labios no necesitaban maquillaje, cada línea era perfecta, y la proporción exquisita. Gracias a su piel clara resaltaba ese rosa pálido de sus labios, como los pétalos de una rosa recién florecida, dulces y carnosos.

Las cejas le daban carácter, mantenían la dulzura de la mirada añadiéndole el toque de picaresca que las complementaba, un toque juguetón que con las pecas le daba un aire a niña traviesa. Y como travesura propia de una colegiala, sin que yo me diera cuenta, me pilló, con voz melosa la escuché a mi lado, a solo un par de centímetros susurrándome "¿Esa soy yo?"

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No suelo comentar las historias que escribo, el describir a la musa que me inspiró es mi forma de agradecer su propia belleza, pero en este caso haré una excepción.

Mi musa de hoy tiene nombre y apellido, se llama Ángela Bouvier (al menos en internet, claro) y tiene un blog con el que hoy me he topado por casualidad. Leedlo, merece la pena; desde la primera línea te atrapa entre sus palabras, tanto que al terminar su primera entrada me picó la curiosidad y la busqué, cruzando un par de palabras con ella por Twitter, terminando por agregarla en Facebook.

En resumen le robé la foto de arriba para esta entrada, amén de intentar captar algo de su esencia entre estas líneas; es por eso que esta entrada se la dedico, por picarme la curiosidad y por esa sonrisa que ha encandilado a mi personaje. Os dejo con su blog:

http://angelabouvier.blogspot.com/


miércoles, 15 de febrero de 2012

El rincón de la abuela





Estaba seco. Después de los exámenes, trabajos y las discusiones con mi ex, mis musas decidieron irse de vacaciones. En el estudio tenía tres lienzos preparados, listos todos de empezar pero sin ningún boceto nuevo; en los últimos dos meses me había puesto al día con todo lo que tenía que pintar pero no había sacado nada nuevo. Faltaba algo.

Y no es que no hubiera cosas que pintar, jamás he sido de esos depresivos que dejan de ver los colores y se ocultan en un submundo gris en el que a todo le encontraban defecto, no. Seguía viendo la belleza en casa gota de rocío y atardecer… es solo que al bosquejar, perdía la noción de lo que quería transmitir: El árbol seguía siendo un árbol dibujado, y cualquier mujer que retratara no perdía su forma ¿Qué faltaba entonces?

Sentimiento, perdía en el bosquejo esa sensación, las líneas reflejaban el objeto, pero no transmitían emoción alguna, ni siquiera para mí, su dibujante… Era como si un río seco, en vez de dejar fluir una nueva lluvia hasta el mar, perdiera el agua bebiendo de ella, sin dejar nada en la superficie. Y quizá era eso, la razón por la que mi cuaderno de bocetos cada día adelgazaba más, con cien páginas arrancadas de dibujos vacíos. Necesitaba andar.

Me levanté a las ocho y media, y tras una ducha caliente salí a la calle. Hacía frío.

La trenca negra me cubría de ese viento huracanado que pocas veces encuentras por Madrid. Necesitaba eso, frío, viento… pero no ese aire pesado de la ciudad, no esas calles y personas con las que mil veces me había cruzado; necesitaba salir.

A la cuarta parada de la línea 10 llegué a Plaza Castilla, con sus mil dársenas ocultas de esa tormenta seca. No tenía dirección alguna, a saber dónde terminaría; seguí andando en línea recta, sorteando transeúntes hasta que se me acabó la estación: o daba media vuelta o bajaba las escaleras, opté por lo segundo. La línea 725 salía en ese momento, había una pequeña cola que iba saliendo hacia el autobús. Última estación Valdemanco.

Me gustaba el traqueteo del autobús, ese silencio tímido de gente que no se conoce pero que tiene que compartir espacio. Me dormí.

Me desperté por un badén con carácter, de esos que o tomas con cuidado o hacen saltar el autobús. Estábamos llegando a un pueblo que conocía, o que al menos me sonaba: Soto del Real. Ya había tenido cierta historia hace un par de años por estos lares.

Me bajé en el centro del pueblo, hacía aún más frío que en Madrid, pero sin el viento y con el sol se estaba a gusto. El aire se sentía puro, límpido, y del cielo caían pequeños cristalillos de nieve que se derretían al tocar el suelo, era un polvillo blanco, casi indistinguible; polvo de hada que bañaba el pueblo en San Valentín.

Tenía hambre, eran casi las diez de la mañana y no había desayunado, amén de que me hacía falta algún café para despertar. Seguí andando en dirección al pueblo, me apetecía algún lugar caliente, pero no tan lleno, algún rincón escondido donde pudiera dibujar.

Saliendo de la plaza del pueblo encontré una pequeña callejuela con un Maxcoop y un parquecillo al fondo, justo frente al supermercado encontré la cafetería donde desayunaría: El Rincón de la Abuela.

Me apetecían huevos revueltos. En la carta había más de diez desayunos distintos, me decanté por huevos con salchichas y patatas fritas, el perfecto brunch para un día improvisado. La camarera, Daisy, me saludó con una sonrisa y el café caliente. Se sentía casero y acogedor, y las pequeñas conversaciones de la gente se mezclaban en un ruido blanco que me dejaba no pensar.

Empecé a jugar con el lápiz al segundo café, no buscaba una forma concreta, solo divagar, vaciar la mente, encontrar algo que me llamara la atención. Fue entonces cuando la vi.

Diría que lo primero que me llamó la atención fue su pelo, un caoba rojizo casi carmesí que refulgía en el ambiente, y sin embargo fueron sus gafas, y no porque tuviesen nada en especial. Eran de montura negra y ancha, de esa que se había vuelto a poner de moda hace unos años, y es que su amiga, algo más alta y con el cabello más castaño, llevaba unas del mismo estilo.

Sin darme cuenta empecé a dibujarla, cambié la página y esbocé la mesa y muy brevemente la silueta de su amiga, un simple marco etéreo que me serviría de referencia.

El cabello escalonado le sentaba bien, es un corte que siempre me ha gustado en las mujeres que llevan el pelo largo, y ella lo llevaba hasta media espalda, liso y ligeramente despeinado. Me gustaban también sus manos, expresivas al hablar y de dedos ágiles. Combinaban perfectamente con esa voz suave y casi susurrante, calmada pero expresiva, animada y rápida por la emoción pese al tono sosegado. Y sin embargo se mordía las uñas, al menos la del pulgar, pero no siempre, quizá solo por exámenes o algún momento de tensión.

Tenía los labios rojos, carnosos, de esos que seducen en un instante al morderlo sensualmente con una mirada suplicante. Me gustaba así, a media frase, en media expresión, con los labios entreabiertos y esos dientes blancos como perlas asomando ligeramente. Seguro que tendría una sonrisa preciosa.

No sé si lo que llevaba era maquillaje, pero de ser así, tenía su mérito, pues el rubor en sus mejillas se veía completamente natural. Le pegaba tener pecas, con esa piel blanca y tersa seguramente las tendría, pero un mechón rebelde me tapaba la vista, dejando su mirada en el misterio. Lo que sí alcancé a vislumbrar fueron sus cejas, casi del mismo tono que su cabello, perfectamente delineadas como marco de su cara.

No sé qué edad tendría, quizá alrededor de diecinueve. Me perdía el contrapunto de sus labios y sonrisa con su cara de niña buena… quizá realmente no de niña buena, pero tampoco de pícara… Más de esas niñas buenas que en el fondo sabes que tienen miga, un toque de picaresca escondido en los labios y esa forma de sentir la vida.

Me gustaba su estilo, ese jersey gris de lana, ancho y largo hasta medio muslo y remangado por encima de sus codos. Llevaba botas de ante, de media caña y un marrón claro casi arena, contrapunto perfecto con los vaqueros azul marino y el gris de su jersey, y es que con el castaño y caoba de su chaqueta y pelo, llamaban la atención sin desentonar.

Y sin darme cuenta, acabé el boceto, con mil anotaciones al margen detallando todos los colores. Justo a tiempo, pues según terminaba el último trazo, vi como se levantaba para pagar.

Recogí rápidamente, poniéndome la trenca sin cerrar. El dibujo estaba terminado, con esa mirada en sombra que le regalaba el anonimato, pero quería ver sus ojos.

Yo ya había pagado, esos movimientos automáticos que se hacen sin pensar, así que necesitaba una excusa. Daisy, la camarera, me había tratado bien y la comida estuvo buena, con lo que una pequeña propina serviría como excusa.

Ella estaba pagando en el mostrador, sin prisa. Llegué justo cuando Daisy le daba el cambio y le solté un “Te has dejado esto encima de mi mesa”, mientras dejaba dos euros sobre el mostrador. Y entonces la pelirroja se dio la vuelta, tropezando conmigo y haciendo que mi cuaderno de bocetos cayera, abierto donde estaba el lápiz como marcador.

“Lo siento, no me fijé… Vaya” Tenía los ojos de un verde eléctrico, brillante; un verde esmeralda jaspeado, cálido y reconfortante"¿Esta... soy yo?"

lunes, 30 de enero de 2012

Reflexiones de un universitario curioso

He encontrado a gente curiosa en mi universidad, un par de mentes pensantes, traviesas e inquietas de esas que apenas se ven en mi facultad y cuyo brillo tiende a apagarse con el pasar de los años y experiencias impuestas por la carrera. Eso me recordó bastante a una frase de una profesora que aseguraba, felizmente orgullosa, que nuestra universidad tiende a coger a gente afin, grupos de personas estadísticamente parecidas en cuanto a entorno y cuna, forma de pensar, ideología y política, y con el transcurso de los años tiende a modelarlos según su sello, fácilmente reconocible. Es verdad, estoy completamente de acuerdo con que, amén de la prueba de acceso, el paso de los años es un proceso constante de selección y criba, además de un molde constante que tras los cuatro o cinco años, da como fruto a un personaje bastante interesante: El graduado.

Lo que más me llamó la atención es el orgullo con el que dijo esa frase pues, como buena graduada ya profesional y profesora, está feliz y contenta de contar con ese sello de excelencia que brinda mi universidad, el cual es mundialmente reconocido y alabado… ¿Pero hasta qué punto es buena esta uniformidad que nos brinda nuestra educación?

Sí, teóricamente cuando salimos de nuestra carrera somos alumnos excelentes, modelos a seguir por otras universidades en nuestra capacidad de trabajo y adaptación al mundo empresarial; destacamos en nuestras habilidades a la hora de aprender dentro de nuestra área de trabajo y decimos orgullosamente el nombre de nuestra propia titulación, porque obviamente, no se puede comparar al pénsum académico que le da nombre a "ADE", "DADE", "Derecho" o "ADE internacional", sería menospreciarnos. El molde y sello nos hace punto de referencia, un producto y bien escaso que las empresas desean… ¿Y no es eso lo que queremos nosotros como estudiantes?

Sí, queremos ser contratados, sí, queremos un buen trabajo y que nuestro título, ese papelillo que nos permite buscar trabajo, nos permita encontrarlo mucho más fácilmente que los papelillos que emiten el resto de universidades… Así que, genial, ¿no? Aunque… eso de ser solo un producto de nuestra universidad no suena tan bien.

Puede que suene infantil, pero personalmente no disfruto pensando o creyendo que soy un número o solo una unidad de trabajo… ¿Qué sentido tiene ser humano, ser persona, si no eres más que un eslabón más perfectamente reemplazable?¿Qué me distingue del resto de productos que emite mi facultad con ese sello de excelencia? La homogeneidad tiene aquí un doble filo: Asegura una calidad de un producto alta y perfectamente predecible a cambio de esta misma predictibilidad; y es que el molde y sello tienen la consecuencia, generalmente deseada, de enfocar al caballo de carreras en llegar a la meta sin distraerse de lo que le rodea, confiando solo en el Jockey (nuestro título y experiencias universitarias y laborales), para alcanzarla.

¿Esta ceguera autoimpuesta realmente merece la pena? Esa es una pregunta perfectamente justificable en ambos sentidos, y es que a lo largo de la historia, el aprender a delimitar conocimientos y especialidades ha servido a la humanidad a avanzar al ritmo vertiginoso de crecimiento que hemos alcanzado; atrás quedaron los modelos renacentistas en los que una misma persona se podía permitir el lujo de tan polivalentes conocimientos, pues ahora con una sola de las materias a estudiar, nos faltan años para llegar a dominarla, y son golpes de genialidad, o herencia de investigación y casi siempre el trabajo en equipo el que nos lleva a dar los saltos y avances que encontramos hoy en día.

Y sin embargo… ¿Sabe a poco? Es cierto que necesitamos pequeños engranajes para hacer que la maquinaria funcione… ¿Pero vale con conformarse con ser uno de esos engranajes?

El modelado del estudiante, con la criba masiva y el entrenamiento del intelecto tiene sus desventajas, y es que al tener tal cantidad de información que procesar todos los días, son pocas las personas que siguen ávidas de conocimiento y curiosidad tras el banquete de información obligatorio al que llamamos estudio. ¿Siendo catadores de alimentos queda espacio para el disfrute de una buena cena?

El refinamiento del bachiller en graduado, además de la criba, depende en gran medida de una domesticación del intelecto en el que hinchamos la mente a base de información, información que no es necesariamente importante en si misma, sino en la metodología del aprendizaje e interiorización. Como buenos administradores o abogados, tenemos que tener una capacidad de procesamiento alta y efectiva, herramientas y métodos suficientes para procesarla y un filtro lo suficientemente especializado para poder reaccionar rápidamente a los cambios sin quedarnos atascados con la morralla… Y si el bachiller ya de por si es poco curioso (fuera de los temas básicos de su entorno e interés), con este plato fuerte apenas va quedando espacio para el postre.

Y es la razón por la que esa curiosidad o mente inquieta se va relajando con el tiempo, la metodología de aprendizaje y el estudio van adormeciendo las ganas de aprender de otros temas sencillamente por la saturación que sufren nuestras mentes ante tanta información. Acabada la jornada, poca gente se pregunta dudas fuera de su vida y carrera, pues incluso tras el estudio queda el deber de cultivar un cierto sentido de conocimiento general sobre lo que está pasando el la actualidad.

Y así es como finalmente acabamos con la edad de los "¿Por qué?"; sepultamos esa curiosidad infantil por entender como funciona el mundo con la necesidad de aprender a sobrevivirlo, a controlarlo y manejarlo… y con lo complejo que es, ya tenemos bastante con entender las bases sobre las que podemos influir, tales como nuestra carrera y medio, como para dedicarnos a discutir sobre el sexo de los ángeles.

Y si el método, las circunstancias que vivimos, cambian esa curiosidad personal que nos hace personas… ¿Podemos decir que es la circunstancia la que domina sobre el yo? ¿O es la búsqueda de esas circunstancias las que nos llevan a decir que es el "Yo" el dominante? Siempre quedará un escéptico fatalista que arguya que lo que domina es la circunstancia porque para bien o para mal estamos sometidos a ella sin tener la libertad de enfrentarla por ser parte de nuestra realidad, pero… ¿Cuál es la respuesta correcta?

Depende "¿De qué depende? de según como se mire, todo depende"… Y es que cada persona es un mundo. Personalmente creo que la inflexión está en la voluntad de las personas, en la voluntad y curiosidad que estas tengan. Sí, podemos ser aplastados o dominados por las circunstancias, en la mayor parte de la gente sucede, podemos sencillamente buscarlas para encaminarnos en esa meta a largo plazo que nos hemos autoimpuesto… o podemos ser más fuertes aún y, aprendiendo del modelo, de nuestras circunstancias, afectarlas, cambiarlas, salvarlas para que nos hagan crecer no solo en el sentido pragmático, sino en el vitalista, buscando ser más que solo nuestras circunstancias, creando más de una y soñando.

El problema es que hay poca gente con voluntad, la mayor parte de los curiosos y soñadores se ven sometidos al método, perdiendo el sueño y la voluntad a cambio de la fe que por él sienten… pero también es cierto que quedan, y lo sé por que los conozco y he conocido, voluntades que se imponen al mundo. ¿Es esto a lo que se refería Nietzsche cuando hablaba del superhombre? Eso dependerá de si somos capaces de llamar al método nuestro Dios y salvador, o al menos su profeta, y es que sometidos como estamos a un mundo que define la felicidad con objetivos, no nos queda más que el método como única herramienta para alcanzarla. Si lo que buscamos es el paraíso, es el Método el profeta o Mesías que nos enseña el camino y Dios, la felicidad absoluta, el bien absoluto, ese materialismo con el que medimos nuestras aspiraciones. Si es así como lo vemos, más aún, como actuamos… Entonces aquel que sepa matar a Dios, sabiendo aprovechar y entender la sabiduría de su profeta sin atarse a él, será el superhombre… Y por lo que he visto en este grupillo, puede que algún superhombre aparezca.

Y es que salvar la circunstancia, como decía Ortega, no es tarea fácil: no cualquiera puede hacerlo y casi nadie lo intenta, solo un ser de voluntad que no se doblegue ante las ataduras del venerado materialismo puede enfrentarse a ella, sabiendo ver más allá del paraíso prometido por las metas impuestas por la conciencia colectiva, y creando las propias. Este nuevo hombre lleno de voluntad creará sus propias metas utilizando esa insaciable curiosidad que no se llena aprendiendo el método, disfrutando el placer y felicidad de la propia búsqueda de metas, no solo de su consecución. Por esto creo que el superhombre de Nietzsche es realmente el renacer del filósofo, aquél que busca el conocimiento intelectual, pero como disfrute propio del conocimiento, sin olvidarnos del disfrute carnal, cuyo conocimiento será por experiencia más que raciocinio, haciendo que la vida de este nuevo hombre, más y mejor que el resto de los hombres, sea el vivir la vida de la forma más plena y posible, más humana, siendo y buscando ser aquel niño que pregunta y el adulto encausado en la consecución de sus metas, y en ambos casos disfrutando del camino y no solo del fin.

No sé si tendré razón o sea esto solo mi subjetiva apreciación, pero en cualquier caso es la forma que tengo de entender la vida, y mientras pueda disfrutarla y crecer en ella, así lo haré, buscando y encontrando, y sobretodo disfrutando, de quienes quieran acompañarme en ella compartiendo mi forma de ser, no solo un engranaje sino la voluntad del movimiento y comprensión de como funciona la cadena, de preguntarnos sencillamente "¿Por qué?"

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