lunes, 30 de enero de 2012

Reflexiones de un universitario curioso

He encontrado a gente curiosa en mi universidad, un par de mentes pensantes, traviesas e inquietas de esas que apenas se ven en mi facultad y cuyo brillo tiende a apagarse con el pasar de los años y experiencias impuestas por la carrera. Eso me recordó bastante a una frase de una profesora que aseguraba, felizmente orgullosa, que nuestra universidad tiende a coger a gente afin, grupos de personas estadísticamente parecidas en cuanto a entorno y cuna, forma de pensar, ideología y política, y con el transcurso de los años tiende a modelarlos según su sello, fácilmente reconocible. Es verdad, estoy completamente de acuerdo con que, amén de la prueba de acceso, el paso de los años es un proceso constante de selección y criba, además de un molde constante que tras los cuatro o cinco años, da como fruto a un personaje bastante interesante: El graduado.

Lo que más me llamó la atención es el orgullo con el que dijo esa frase pues, como buena graduada ya profesional y profesora, está feliz y contenta de contar con ese sello de excelencia que brinda mi universidad, el cual es mundialmente reconocido y alabado… ¿Pero hasta qué punto es buena esta uniformidad que nos brinda nuestra educación?

Sí, teóricamente cuando salimos de nuestra carrera somos alumnos excelentes, modelos a seguir por otras universidades en nuestra capacidad de trabajo y adaptación al mundo empresarial; destacamos en nuestras habilidades a la hora de aprender dentro de nuestra área de trabajo y decimos orgullosamente el nombre de nuestra propia titulación, porque obviamente, no se puede comparar al pénsum académico que le da nombre a "ADE", "DADE", "Derecho" o "ADE internacional", sería menospreciarnos. El molde y sello nos hace punto de referencia, un producto y bien escaso que las empresas desean… ¿Y no es eso lo que queremos nosotros como estudiantes?

Sí, queremos ser contratados, sí, queremos un buen trabajo y que nuestro título, ese papelillo que nos permite buscar trabajo, nos permita encontrarlo mucho más fácilmente que los papelillos que emiten el resto de universidades… Así que, genial, ¿no? Aunque… eso de ser solo un producto de nuestra universidad no suena tan bien.

Puede que suene infantil, pero personalmente no disfruto pensando o creyendo que soy un número o solo una unidad de trabajo… ¿Qué sentido tiene ser humano, ser persona, si no eres más que un eslabón más perfectamente reemplazable?¿Qué me distingue del resto de productos que emite mi facultad con ese sello de excelencia? La homogeneidad tiene aquí un doble filo: Asegura una calidad de un producto alta y perfectamente predecible a cambio de esta misma predictibilidad; y es que el molde y sello tienen la consecuencia, generalmente deseada, de enfocar al caballo de carreras en llegar a la meta sin distraerse de lo que le rodea, confiando solo en el Jockey (nuestro título y experiencias universitarias y laborales), para alcanzarla.

¿Esta ceguera autoimpuesta realmente merece la pena? Esa es una pregunta perfectamente justificable en ambos sentidos, y es que a lo largo de la historia, el aprender a delimitar conocimientos y especialidades ha servido a la humanidad a avanzar al ritmo vertiginoso de crecimiento que hemos alcanzado; atrás quedaron los modelos renacentistas en los que una misma persona se podía permitir el lujo de tan polivalentes conocimientos, pues ahora con una sola de las materias a estudiar, nos faltan años para llegar a dominarla, y son golpes de genialidad, o herencia de investigación y casi siempre el trabajo en equipo el que nos lleva a dar los saltos y avances que encontramos hoy en día.

Y sin embargo… ¿Sabe a poco? Es cierto que necesitamos pequeños engranajes para hacer que la maquinaria funcione… ¿Pero vale con conformarse con ser uno de esos engranajes?

El modelado del estudiante, con la criba masiva y el entrenamiento del intelecto tiene sus desventajas, y es que al tener tal cantidad de información que procesar todos los días, son pocas las personas que siguen ávidas de conocimiento y curiosidad tras el banquete de información obligatorio al que llamamos estudio. ¿Siendo catadores de alimentos queda espacio para el disfrute de una buena cena?

El refinamiento del bachiller en graduado, además de la criba, depende en gran medida de una domesticación del intelecto en el que hinchamos la mente a base de información, información que no es necesariamente importante en si misma, sino en la metodología del aprendizaje e interiorización. Como buenos administradores o abogados, tenemos que tener una capacidad de procesamiento alta y efectiva, herramientas y métodos suficientes para procesarla y un filtro lo suficientemente especializado para poder reaccionar rápidamente a los cambios sin quedarnos atascados con la morralla… Y si el bachiller ya de por si es poco curioso (fuera de los temas básicos de su entorno e interés), con este plato fuerte apenas va quedando espacio para el postre.

Y es la razón por la que esa curiosidad o mente inquieta se va relajando con el tiempo, la metodología de aprendizaje y el estudio van adormeciendo las ganas de aprender de otros temas sencillamente por la saturación que sufren nuestras mentes ante tanta información. Acabada la jornada, poca gente se pregunta dudas fuera de su vida y carrera, pues incluso tras el estudio queda el deber de cultivar un cierto sentido de conocimiento general sobre lo que está pasando el la actualidad.

Y así es como finalmente acabamos con la edad de los "¿Por qué?"; sepultamos esa curiosidad infantil por entender como funciona el mundo con la necesidad de aprender a sobrevivirlo, a controlarlo y manejarlo… y con lo complejo que es, ya tenemos bastante con entender las bases sobre las que podemos influir, tales como nuestra carrera y medio, como para dedicarnos a discutir sobre el sexo de los ángeles.

Y si el método, las circunstancias que vivimos, cambian esa curiosidad personal que nos hace personas… ¿Podemos decir que es la circunstancia la que domina sobre el yo? ¿O es la búsqueda de esas circunstancias las que nos llevan a decir que es el "Yo" el dominante? Siempre quedará un escéptico fatalista que arguya que lo que domina es la circunstancia porque para bien o para mal estamos sometidos a ella sin tener la libertad de enfrentarla por ser parte de nuestra realidad, pero… ¿Cuál es la respuesta correcta?

Depende "¿De qué depende? de según como se mire, todo depende"… Y es que cada persona es un mundo. Personalmente creo que la inflexión está en la voluntad de las personas, en la voluntad y curiosidad que estas tengan. Sí, podemos ser aplastados o dominados por las circunstancias, en la mayor parte de la gente sucede, podemos sencillamente buscarlas para encaminarnos en esa meta a largo plazo que nos hemos autoimpuesto… o podemos ser más fuertes aún y, aprendiendo del modelo, de nuestras circunstancias, afectarlas, cambiarlas, salvarlas para que nos hagan crecer no solo en el sentido pragmático, sino en el vitalista, buscando ser más que solo nuestras circunstancias, creando más de una y soñando.

El problema es que hay poca gente con voluntad, la mayor parte de los curiosos y soñadores se ven sometidos al método, perdiendo el sueño y la voluntad a cambio de la fe que por él sienten… pero también es cierto que quedan, y lo sé por que los conozco y he conocido, voluntades que se imponen al mundo. ¿Es esto a lo que se refería Nietzsche cuando hablaba del superhombre? Eso dependerá de si somos capaces de llamar al método nuestro Dios y salvador, o al menos su profeta, y es que sometidos como estamos a un mundo que define la felicidad con objetivos, no nos queda más que el método como única herramienta para alcanzarla. Si lo que buscamos es el paraíso, es el Método el profeta o Mesías que nos enseña el camino y Dios, la felicidad absoluta, el bien absoluto, ese materialismo con el que medimos nuestras aspiraciones. Si es así como lo vemos, más aún, como actuamos… Entonces aquel que sepa matar a Dios, sabiendo aprovechar y entender la sabiduría de su profeta sin atarse a él, será el superhombre… Y por lo que he visto en este grupillo, puede que algún superhombre aparezca.

Y es que salvar la circunstancia, como decía Ortega, no es tarea fácil: no cualquiera puede hacerlo y casi nadie lo intenta, solo un ser de voluntad que no se doblegue ante las ataduras del venerado materialismo puede enfrentarse a ella, sabiendo ver más allá del paraíso prometido por las metas impuestas por la conciencia colectiva, y creando las propias. Este nuevo hombre lleno de voluntad creará sus propias metas utilizando esa insaciable curiosidad que no se llena aprendiendo el método, disfrutando el placer y felicidad de la propia búsqueda de metas, no solo de su consecución. Por esto creo que el superhombre de Nietzsche es realmente el renacer del filósofo, aquél que busca el conocimiento intelectual, pero como disfrute propio del conocimiento, sin olvidarnos del disfrute carnal, cuyo conocimiento será por experiencia más que raciocinio, haciendo que la vida de este nuevo hombre, más y mejor que el resto de los hombres, sea el vivir la vida de la forma más plena y posible, más humana, siendo y buscando ser aquel niño que pregunta y el adulto encausado en la consecución de sus metas, y en ambos casos disfrutando del camino y no solo del fin.

No sé si tendré razón o sea esto solo mi subjetiva apreciación, pero en cualquier caso es la forma que tengo de entender la vida, y mientras pueda disfrutarla y crecer en ella, así lo haré, buscando y encontrando, y sobretodo disfrutando, de quienes quieran acompañarme en ella compartiendo mi forma de ser, no solo un engranaje sino la voluntad del movimiento y comprensión de como funciona la cadena, de preguntarnos sencillamente "¿Por qué?"

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